Corría el año de 1981, era un día soleado en las serranías de Puno. Eduardo Ramos, pequeño pastor de 7 u 8 años, sale a pastar sus ovejas como todos los días. Viste un pantalón gris remendado, una chompita roja y sobre ella otra chompa verde con un parche blanco en el codo derecho. Una manta blanca, que ya no es blanca debido al polvo es amarrada a su espalda, y su gorro azul cubre su cabello y lo alivia del inclemente frío de la sierra.
Cada día, cientos de niños como Eduardo salen muy de madrugada a ayudar a sus padres en el campo, a pastar a sus animales, a sembrar, a cosechar, a caminar kilómetros y kilómetros. Acaso ¿no deberían estar estudiando? Y es que la vida en el campo es así: la pobreza lleva a que hasta los pequeños ayuden a sus padres para llevar un pan a la casa.
Para ellos todo lo que tienen vale oro: sus chacras, sus viviendas, sus pocos enseres que pudieran tener, sus animales; perder algo de esto puede resultar irreemplazable y volverlo a obtener significa un enorme sacrificio que muchas veces no se consigue, el dinero es lo que más escasea en el campo.
Eduardo -inocente como todo niño- va pastando a sus ovejas, pensando quien sabe qué: quizás en el colegio, en jugar con sus amigos, en cómo será vivir en una ciudad, en que tan grande es el mundo. Mientras cruza una carretera con sus animales, la tragedia lo sorprende: un auto que iba a velocidad atropella a seis de sus ovejas y sin importarle nada, el chofer se da a la fuga.
Imaginen la desesperación, la impotencia, la tristeza de aquél pequeño al ver morir a la fuente de ingresos de su familia; no es sólo una oveja, son seis. ¿Qué me dirá papá? Me va a pegar. Eso habrá cruzado por su cabeza.
Sin consuelo, Eduardo se pone a llorar desesperadamente, es en ese instante cuando voltea y una persona que no es del lugar le toma una fotografía memorable.
Esta fotografía fue tomada por William Albert Allard, fotógrafo de National Geographic, la cual fue incluida en el artículo The Two Souls of Peru, publicada en la edición de marzo de 1982. El impacto de la foto fue tal, que de forma extraordinaria y espontánea empezaron a llegar donaciones de varias personas a la sede de la Sociedad National Geographic, hasta un total de 7000 dólares para que el pobre niño, tan bien retratado por Allard, pudiera comprar más ovejas. El propio fotógrafo en una entrevista declaró:
“Sé que mis fotografías han entretenido a la gente a lo largo de los años. Pero ésta ayudó realmente a alguien, y eso me marcó. Como fotógrafos, siempre estamos tomando fotos. Con ésta tuve la oportunidad de devolver”
Las fotografías dicen más que las palabras y esta foto nos muestra la realidad de muchos niños en nuestro país, niños que como Eduardo trabajan desde pequeños ayudando al hogar, dejando de lado quizás los estudios para apoyar en lo que verdaderamente importa: sobrevivir en un lugar donde el Estado difícilmente llega; donde la muerte ronda a causa del frío, la desnutrición y las enfermedades.
Lo que menos importa en este caso es si los miles de dólares en donaciones anónimas llegaron al niño o no, sino conocer la situación tan extrema que viven nuestros hermanos campesinos, todo gracias a que un fotógrafo estuvo allí en aquel momento y supo captar las lágrimas de aquel pequeño, que hoy -sólo Dios sabrá- cuál fue su destino.
Dios mio... O.o!!!
ResponderEliminarNos encontramos tan dormidos ante la realidad... que necesitamos una pesadilla para despertar... solo nos queda trabajar y ayudar, pues tenemos una eternidad para descansar.
ResponderEliminarEs difícil no sentir un nudo en la garganta al ver esta escena, personalmente una de las mejores fotos que he visto,una de mis favoritas, sé que no podemos ayudar a tanta gente que pasa por situaciones similares, pero si valorar el tener la oportunidad de llevar una vida diferente a la de tantos Eduarditos que deben haber por ahí, empecemos agradeciendo a Dios y a nuestros padres.
ResponderEliminarOrlandito gracias por compartir esa foto, te quiero mucho.
Giovanna.