Todos los canales informan de lo mismo, era la única noticia que importaba: un avión se había estrellado. Con mamá veíamos la noticia cuando se muestra una imagen del avión estrellándose contra el edificio, pero no era una repetición de lo que había sucedido, sino que precisamente en ese instante, en ese momento, en vivo y en directo, la televisión mostraba cómo otro avión se estrellaba esta vez en la otra torre. Ya no era un accidente aéreo, era un atentado a la mayor potencia mundial y en su propio territorio, durante el día, como para que todo el mundo pudiera ver este episodio y quedara grabado para siempre en nuestras memorias. En una fecha cuyos dígitos precisamente representan a ambas torres.
Pasado los minutos se informaba que otro avión se estrellaba contra el pentágono, estábamos frente a una gran producción cinematográfica, una película de acción como ninguna otra, con el ejército desplegando sus aviones caza, con el presidente declarando el estado de emergencia en todo Estados Unidos y declarando alerta máxima en todo el mundo occidental, con la suspensión de todos los vuelos, algo que jamás había sucedido. Lamentablemente no era una película de ficción, era la vida real, estaba sucediendo aquello, miles de personas estaban muriendo, otras miles heridas, todos aterrados y sin saber por qué estaba sucediendo todo ese horror. Al otro lado del mundo, en países islámicos se veía como algunos niños, jóvenes y adultos celebraban los atentados perpetrados a su mayor enemigo: Estados Unidos.
Esa mañana vimos el sufrimiento de mucha gente; el dolor de los familiares; el sacrificio del cuerpo de bomberos, socorristas y policías; la alegría de algunos musulmanes; pero sobre todo observamos cómo la mayor potencia del mundo sufría el peor atentado que pueda haberse imaginado. Algo que no lo previeron ¿o sí?
Mientras pasaba las horas, Estados Unidos daba con los autores de este atentado y empezó la persecución de los autores y el inicio de la guerra en Afganistán para dar con la organización Al Qaeda, liderada por Osama Bin Laden. Luego se tejieron varias teorías sobre los ataques y también conspiraciones: como que las torres gemelas se cayeron porque hubieron detonaciones controladas, que el objeto que se estrelló en el pentágono no fue un avión sino un misil lanzado a propósito, o que la CIA conocía los planes y que todo fue un plan para sembrar el terror en Estados Unidos, aumentar su presupuesto en defensa e invadir Irak y obtener el oro negro.
Hoy, diez años después, todos recordamos aquellas imágenes de gente aventándose hacia el vacío, a bomberos socorriendo a los heridos, a personas llorando de indignación, a otros que estaban totalmente cubiertos de polvo después que las torres se desplomaran, pero quedan preguntas que responder: ¿Estados Unidos aprendió la lección si es que había alguna? ¿Ocurrirá un evento similar en los próximos años? ¿Con la muerte de Bin Laden se acabó todo? ¿El mundo podrá seguir cobijando en el mismo planeta a musulmanes y occidentales sin que haya guerras de por medio? Son preguntas que seguirán rondando. Pero algo es claro: cada 11 de setiembre, los que presenciamos por televisión y los que lo vivieron en carne propia jamás olvidaremos aquellos eventos que quedarán grabados por siempre.
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